Estos hábitos, todos ellos fáciles de incorporar al día a día, estimulan la liberación de
hormonas que te hacen sentir más felicidad y plenitud, según National Geographic.
¿Qué significa exactamente ser feliz? La felicidad es un objetivo que todos los seres humanos parecemos compartir y sobre el que han reflexionado muchos poetas, filósofos, escritores y científicos. Pero ¿dónde está realmente la felicidad? ¿Está en los genes? ¿En lo que nos pasa? ¿En cómo lo interpretamos? ¿La felicidad tiene que ver con cómo fue nuestra infancia? ¿Con lo que comemos? ¿Con las personas con las que nos relacionamos? ¿Con lograr nuestros objetivos? ¿O se trata de disfrutar con las pequeñas cosas?
"La felicidad no es un destino, sino una dirección, lo que supone una muy buena noticia, porque significa que cualquier persona puede conseguir, avanzando en esa dirección, ser un poco más feliz", dice Arthur Brooks, científico social de la Universidad de Harvard especializado en desarrollar estrategias basadas en evidencia científica para llevar una existencia más feliz.
Según este experto, la felicidad se compondría de tres ingredientes básicos que necesitaríamos en equilibrio y abundancia: disfrute, satisfacción y propósito. Y existen estrategias para poner estos "macronutrientes" de la felicidad en nuestra vida diaria.
El propósito es también lo que se conoce como ikigai, que se ha relacionado no solo con mayores niveles de felicidad sino con una mayor longevidad.
La neurociencia se ha fijado asimismo en los neurotransmisores que influyen en nuestro estado de ánimo, lo que se conocen como las "hormonas de la felicidad". Los estudios demuestran que ciertas emociones y hábitos producen reacciones químicas que alteran los niveles de esos neurotransmisores.
De entre los hábitos y acciones diarias que podemos adoptar para caminar en esa dirección "feliz" de la que habla Arthur Brooks, o para segregar esas hormonas que nos hacen sentirnos más felices, la revista National Geographic ha destacado cinco que cuentan cada vez con más evidencia científica:
1. IDENTIFICAR LAS EMOCIONES Y PONERLES NOMBRE
"Para atraer más felicidad no hay que negar la infelicidad, sino experimentar todo el abanico de emociones que existen y procesarlas de forma sana", explica Arthur Brooks en una entrevista con el divulgador Rich Roll.
Para poder procesar de forma sana las emociones es necesario saber identificarlas. Poner nombre a las emociones es una recomendación habitual a la hora de mejorar nuestra salud mental, y una de las recomendaciones más repetidas, junto a la validación de las emociones, en psicología infantil. Nombrar las emociones es el primer paso para poder entender lo que a uno le pasa, aceptarlo y después, si se necesita, hacer algo al respecto. Pero también es una de las claves de la autorregulación emocional.
Un estudio de la Universidad de California publicado en Psychology Science respalda esta recomendación al concluir que poner nombre a las emociones disminuye la reactividad emocional ante lo que nos sucede, pues reduce la respuesta de la amígdala y otras regiones del sistema límbico ante los estímulos emocionales negativos.
2. CULTIVAR LAS RELACIONES SOCIALES
"Sentirse querido y acompañado es una de las claves de la felicidad", explica la psiquiatra Marian Rojas en Cómo hacer que te pasen cosas buenas (Ed. Planeta).
Lo cierto es que somos seres sociales y que relacionarse con otros seres humanos estableciendo vínculos saludables es fundamental para el bienestar. Las relaciones pueden darnos satisfacción, propósito y disfrute, los tres "macronutrientes" de la felicidad de los que hablaba Arthur Brooks.
En el estudio sobre felicidad más grande realizado hasta ahora, el conocido como Estudio sobre Desarrollo Adulto de la Universidad de Harvard, se ha visto que la calidad de las relaciones que uno tiene es un factor determinante para considerarse feliz.
Según la investigación, que lleva analizando la vida de jóvenes durante más de 80 años -cerca de 700 jóvenes hasta ahora–, las personas más vinculadas a sus amigos y su familia viven más, disfrutan de mejor salud y cumplen más sus objetivos vitales.
3. HACER EJERCICIO FÍSICO
Hacer ejercicio no solo ayuda a nuestro cuerpo a liberar endorfinas, que aumentan la sensación de euforia, sino que contribuye a proteger las neuronas y prevenir el deterioro cognitivo.
Son muchos los estudios que relacionan la práctica de ejercicio regular con una mejor salud mental, dando base científica a la tan repetida expresión latina Mens sana in corpore sano. Un estudio de amplio alcance, publicado en The Lancet y llevado a cabo en Estados Unidos entre 2011 y 2015 con más de un millón de personas, halló que las personas que practican algún deporte afirmaban tener mayores niveles de satisfacción en el mes previo que las personas sedentarias.
Los deportes en equipo fueron los que se asociaban a mejor salud mental, seguidos por el ejercicio aeróbico y los ejercicios de gimnasio. Las sesiones de ejercicio con una duración de 45 minutos y una frecuencia de tres a cinco veces a la semana son también las que dieron mejor resultado.
4. ABRAZAR
Abrazar y ser abrazado sienta bien: solo hay que experimentarlo. Pero los efectos tienen un reflejo en la bioquímica de nuestro cuerpo que genera sentimientos de satisfacción.
Esto se debe a que, al abrazar o ser abrazados, el contacto con la otra persona hace que liberemos oxitocina, una hormona relacionada con la felicidad.
Un estudio de la Universidad de Londres se ha fijado incluso en cómo tienen que ser los abrazos para maximizar la liberación de oxitocina.
5. HABLARSE A UNO MISMO EN POSITIVO
Como nos hablamos a nosotros mismos influye no solo en cómo nos sentimos sino también en cómo actuamos en nuestra vida. Un exceso de autoexigencia, crítica o actitud defensiva en nuestro diálogo interno aumenta el nivel de ruido mental que nos impide disfrutar el presente y poco a poco va construyendo en nuestro interior una imagen de nosotros mismos que mina nuestra confianza.
Existen muchas maneras en que podemos modificar nuestro diálogo interno y hacerlo más constructivo, pero según un estudio de la Universidad de Michigan la clave no solo está en qué decimos sino también en cómo lo decimos.
Para una buena autorregulación emocional, los investigadores del estudio, liderado por Ethan Kross, sostienen que utilizar la segunda persona cuando nos hablamos a nosotros mismos ("puedes superar esto", "este error no te representa"...) hace que tendamos a pronunciar frases menos negativas que cuando utilizamos la primera persona. Esto se debe a que la segunda persona nos permite tomar mayor distancia de las emociones y adoptar una postura más racional e incluso optimista.
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